domingo, 21 de marzo de 2010

El mundo como malestar

Una sombra recorre los relatos de “Lazos de Familia” (Clarice Lispector,1960). Basta un gesto, una mirada para que lo oculto se manifieste y perturbe el equilibrio cotidiano. Y en ese instante, veloz e involuntario como un parpadeo, la conciencia se escinde en una voz narradora que se desliza, morosa, hacia la zozobra del mundo conocido. (“La bolsa de malla era áspera, entre sus dedos, no íntima como cuando la tejiera. La bolsa había perdido el sentido y estar en un tranvía era un hilo roto; no sabía que hacer con las compras en el regazo. Y como una extraña música, el mundo recomenzaba a su alrededor. El mal estaba hecho).
En “Amor”, Ana, una sencilla ama de casa, que descubre en algún momento “que también sin felicidad se vivía”, sentada en un banco del Jardín Botánico, tras un penoso viaje en tranvía, asiste a la experiencia inquietante de la naturaleza (“En los árboles las frutas eran negras, dulces como la miel. En el suelo había carozos llenos de orificios, como pequeños cerebros podridos. El banco estaba manchado de jugos violeta. En el tronco del árbol se pegaban las lujosas patas de una araña. La crudeza del mundo era tranquila. El asesinato era profundo. Y la muerte no era aquello que pensábamos”). Entonces, un gozoso malestar la invade: el “peor deseo de vivir”. Y, de la mano, un fluir de la conciencia hasta entonces desconocido.
En efecto, la prosa de Lispector levemente descentrada, atenta al detalle, al gesto, y al decir de Aira despreocupada de todo efecto de relato, se desliza como un murmullo hacia una nueva travesía de la conciencia que sella la posibilidad de “comunicar”.
En “Lazos de familia”, relato que da título al libro, Catalina se pregunta “a quién podría contarle lo que sucediera, pero no encontró a nadie que entendiera lo que ella no podía explicar”. Entonces, la imposibilidad de traducir la experiencia como uno de los temas de Lispector.
En “Elogio de la profanación”, Giorgio Agamben plantea la necesidad de un nuevo uso del lenguaje, lejos de sus fines comunicativos. En Lispector, el lenguaje se desprende de su función instrumental y se desliza hacia una nueva experiencia de la palabra. En este sentido, su literatura es profundamente política.

Gerardo Zappa

jueves, 18 de marzo de 2010

Microrrelato

Acá es el piso dieciséis. La mañana es clara y el cielo enorme. Lejísimos el horizonte.
Primero se ve venir el humo, después, la figura del tren se va acomodando a la cercanía.
Es un tren muy viejo que viene amainando.
Su chimenea es un dibujo de la infancia lejana. El humo que asoma de ella es un cúmulo denso y negro. Después, y a medida que trepa la altura del aire, se va disipando. Se atomiza en pequeñas nubes.
La que llega hasta acá, tan alto, y me araña la ventana, es la más pequeña y casi transparente.
Antes que el viento la deshaga, la detengo con las manos y me subo a ella.
Es cierto, es frágil.
Al principio me sostiene.

¿Qué estás diciendo PIGLIA?

"La novela moderna es una novela carcelaria. Narra el fin de la experiencia. Y cuando no hay experiencia el relato avanza hacia la perfección paranoica. El vacío se cubre con el tejido persecutorio de las conexiones perfectas, la estructura cerrada, le mot juste. Flaubert define ese camino, decía Steve. Un hombre encerrado días enteros en su celda de trabajo, aislado de la vida, que construye a altísima presión la forma pura de la novela. La luz laboriosa de su cuarto que permanecía encendida toda la noche servía de faro a los barcos que cruzaban el río. Esos marineros por supuesto, dijo Steve, eran mejores narradores que Flaubert. Construían el fluir manso del relato en el río de la experiencia." (Piglia Ricardo, Prisión Perpetua, Buenos Aires, Anagrama, Colección Los 40, 2009, p. 25. La negrita me pertenece).

¡Uia...!
¿Qué estás diciendo Piglia, qué estás diciendo?
Alejandro.

viernes, 12 de marzo de 2010

Sobre las colecciones literarias

A propósito de las publicaciones reunidas bajo el rótulo Los 40 de Anagrama y de la "nueva primavera literaria" que tal acontecimiento generó en mis lecturas diagonales, creo pertinente destacar el papel que las colecciones tienen en la divulgación literaria cuando uno, de forma mas o menos obediente, se rinde a los caprichos y tiempos del editor o de la editorial respectiva.
Esto de volver a viajar en tren, sumado a la comodidad física de la edición, me está permitiendo conocer a algunos autores impresionantes. Acabo de leer a una tal Colette en una nouvelle llamada Duo que me partió la cabeza. En la misma se refleja, magistral y escalofriantemente, las consecuencias que genera en un matrimonio una infidelidad descubierta.
Y lo señalo pues he vivido algo parecido con la reedición de la colección El Séptimo Círculo, en los números dirigidos por Bioy y Bórges. Me adentré en una temática, la policial, y en algunos autores que, seguramente, de otra forma jamás me hubieran llegado.
Recuerdo que "el ciego" se refería con gran afecto a una colección de grandes obras de la literatura que, a precios económicos, publicaba el diario La Nación a principios del siglo XX (La Divina Comedia, Facundo, El Quijote, Fausto). Imagínense seguir quincenalmente la lectura de estos monstruos...
Incluso una colección para niños y jóvenes, la mítica e irrepetible Robin Hood, la de tapas amarillas, tan denostada por los escritores-modernos-a-los-que-nadie-entiende-en-su-onanismo-lingüistico, fue fuente de placer literario y de divertimento para muchas generaciones, con autores como Salgari, Stevenson, Mark Twain, etc.
Cuidado, esta reivindicación de las colecciones no implica suscribir a la idea del lector-esclavo, que debe leer todo lo que se publica en la misma, si o si. Cuando un libro no atrapa, cuando no es el momento de uno para ese libro, bueno es dejarlo (en el orden correspondiente y en el anaquel elegido) y esperar... en quince días la colección nos da una nueva oportunidad.
Alejandro.